lunes, 21 de diciembre de 2009

Oiga doctora, ¿no ve que sus consejos me han vuelto un idiota? La base de la psicología tendría que ser la razón, no esa faena de los sentimientos. Vamos, atrevase a jurar que no me envidiaba. Frío, calculador, inmune a todo después de andar tanto tiempo desprotegido. Pero claro, la señorita tenía que encender este sistema morboso que le devuelve el calor a mi sangre. Poco a poco me convertí en lo que usted quizo, y veame ahora, mire lo vulnerable que soy. Usted no se encargó de curar mi alcoholismo, mis malos modos, mis dudas; usted se dedicó a volverme miserablemente sentimental. ¿Quién dice, en el siglo XXI, que debemos ser lo que somos? ¡Nadie! ¿Por qué será que no me dejó en paz, viviendo en ese sueño eterno del corazón? Usted es una persona muy envidiosa, y yo me doy cuenta de que, en un acto de estupidez, le estaré eternamente agradecido.

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