jueves, 17 de febrero de 2011

1990-2011

A eso de las siete, ocho de la noche llegaban a casa los cuatro. Siempre mi viejo y Walter se encargaban de cocinar, mi vieja y Vivi de chusmear. Los cuatro salvajes nos internabamos en el garage a jugar a los autitos, los muñecos o a los videojuegos. El tiempo volaba y, a regañadientes, terminabamos por aceptar el llamado a comer. Cenabamos los ocho en el comedor, que por lo general no se usaba para otra cosa que para reunirnos las dos familias. Después los grandes se quedaban tomando el café y jugando a las cartas o algún otro juego de mesa, mientras nosotros volvíamos a nuestro mundo de ensueño. Los pobres eran cada vez más, y más pobres; los ricos eran el opuesto exacto y la clase media desaparecía lentamente. Los casos de corrupción eran de conocimiento público, pero nada podía hacerse contra el poder. Los monopolios mediáticos (periodismo objetivo para nosotros en esa época) no nos habían alertado de los conflictos que generaba el modelo de los ´90, y felices con nuestros pesos-dólares derrochabamos sin saber que lo hacíamos. Mientras algunos argentinos paseaban por Europa y Estados Unidos, otros perdían sus puestos de trabajo y se sumían en la pobreza. A eso de las doce era la hora en que siempre se iban (o intentaban) por lo que empezabamos a diagramar nuestro escondite. A veces simplemente nos escondíamos atrás de la puerta del lavadero, pero por lo general nos dedicabamos a construir un fuerte de juguetes, sillas y mesas debajo del cual nos ocultabamos. Pasabamos desapercibidos mi amigo Leandro y yo, cumpliendo nuestro objetivo de que él se quedara a dormir. Años más tarde entendimos que en realidad siempre supieron donde estabamos, pero, escondidos o no, nos iban a dejar. Los más desesperados y excluidos construian con chapas casillas donde pasar la noche, que si bien no alcanzaban para escaparle al frío si servían para mantener minimamente la imagen física de un hogar. De todas formas, muchos padres y madres de familia cayeron en distintos espirales descendientes ante la desesperación, tales como salir a robar, beber alcohol, consumir drogas de pésima calidad y peores efectos sobre el cuerpo y la mente; o todo junto. Las familias se rompieron literalmente y muchos pibes siguieron los pasos de sus padres. Después de un rato, cansados de jugar, decidíamos salir de nuestros escondites para afrontar la cruda verdad, era momento de irse a dormir. Llegó el final, año 2001, el modelo explotó, llegó a su fin. Pasados los años mis amigos se mudaron a España, buscando un futuro que no veían posible en Argentina. Fue mucha la gente que optó por mudarse al extranjero por no ver en este país una gota de esperanza. Mi familia y yo nos quedamos acá, no sé si por no poder irnos o por verdadero deseo de pelearla. El pueblo fue despertando a partir del 2003, y a base de lucha y esfuerzo logró abrir los ojos y depojarse de toda la tristeza que acumulamos durante doscientos años para levantar la frente y poder sentirse orgulloso del país que forjó. Muchas veces los extraño, por más que ya no sea un niño, pero por suerte tengo la esperanza de que algún día vuelvan ahora que mi país los recibe con las puertas abiertas y la ilusión renovada de ser cada día un poco más.

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